Llega un momento en la vida cuando el tiempo nos alcanza. Quiero decir que a partir de tal edad nos vemos sujetos al tiempo y obligados a contar con él, como si alguna colérica visión con espada centelleante nos arrojara del paraíso primero, donde todo hombre una vez ha vivido libre del aguijón de la muerte. ¡Años de niñez en que el tiempo no existe! Un día, unas horas son entonces cifra de la eternidad. ¿Cuántos siglos caben en las horas de un niño?
Éste párrafo de Luis Cernuda de su magnífico libro Ocnos, me sirve de prólogo para hacer una reflexión en torno a la vida y la fe.
Permitidme que os cuente una historia que ha ocurrido recientemente, a un gran amigo, casi hermano diría yo, le han diagnosticado un cáncer, Antonio, que así se llama, es compañero de este bendito vicio que es ser costalero, él fue, sobre finales de los 80, el que me metió en vena este veneno de las trabajaderas, y hasta hoy tengo la suerte de acompañarlo cada Lunes Santo portando a Nuestra Señora de la Salud.
El pasado jueves fue operado de urgencia, tras determinar los médicos que el tiempo era crucial. El golpe fue brutal, 44 años, tres hijos, toda una vida por delante y en un abrir y cerrar de ojos todo se derrumba, todo se viene abajo, todo se vuelve siniestro, las dudas en la fe aparecen inexorablemente en el horizonte. Pero la fuerza de nuestra creencia es grandísima, los primeros momentos son de zozobra, empero, nos agarramos con ahínco a la fe, a la familia y a los amigos. En estos tiempos en los que se promulga el laicismo y la falta de creencias religiosas, yo me rebelo ante esto.
El triángulo formado por fe, familia y amigos es el trípode donde apoyarnos. Antonio tiene todas las características que debe tener un buen costalero, humildad, responsabilidad, compañerismo, sacrificio, bonhomía, pero sobre todo Antonio es un hombre de fe y os puedo asegurar que este triángulo, sin prescindir de ninguno, es el que lo sustenta en estos momentos duros.
En la cabecera de su cama en el hospital está, entre otras, la imagen del Santísimo Cristo de la Conversión, allí apareció desde el primer momento y allí seguirá hasta que más pronto que tarde Antonio abandone el hospital camino de su casa para continuar su vida.
Las situaciones vividas estos últimos días me hacen demandar, más si cabe, la atención de Nuestro Señor, pero él sabrá entender mi egoísmo, el hombre es débil y en estos momentos yo lo soy especialmente.
La reflexión que quiero compartir con vosotros es muy simple, como bien decía Cernuda el tiempo es inexorable, el tiempo nos alcanza a todos, nadie sabe que nos deparará el futuro y noticias como esta que os cuento nos hace replantearnos la vida, pero lo que no cabe la menor duda es que Nuestro Señor y su Bendita Madre siempre estarán para servirnos de paño de lágrimas y de hombro donde apoyarnos, esto es una verdad irrefutable.
Jesús Ramirez Castillero
Costalero de la 8ª
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